viernes, 30 de julio de 2010
Infiltración
Entraba a mi cuarto (yo estaba incorporado, sentado en la cama porque recién despertaba, tapado con sábana y frazada en un lecho de una plaza con la nuca hacia el norte mientras yo miraba al sur) una persona enloquecida, que se parecía al enfemero que me trataba en el hospital Castro Rendón en Neuquén, tenía barba pero algo le había pasado porque tenía manchas marrones y blancas en la cara. No me miraba a los ojos. Miraba a un punto más alto del horizonte o a un costado. Yo temía que tratara de inyectarme porque otras personas me parecían amenazantes. Temía que trataran de forzar la ventana. Pero el tipo de barba y manchas me transmitía su mambo. "Cómo están las minas!", me decía. Me traía estress, locura, parecía drogado. Tenía un mambo bárbaro con las minas. Su forma había cambiado, estaba irreconocible. Pero era el mismo Gustavo Montiel del hospital. Me inyectaba, me clavaba, una inyección en la tráquea cuando me descuidaba.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario